miércoles, 2 de mayo de 2012

Invitación abierta a Doña Laura


Estimada doña Laura,


La invito a tomar café. Yo traigo la repostería, usted sólo venga; eso sí, me dice qué le gustaría porque no quiero equivocarme y llevar algo que no le guste. Por favor, sentémonos a hablar, a discutir lo que nos rodea. Quitemos las cámaras, quitemos el estrés del día a día, los celulares, todo eso, sólo conversar. Es sencillo eso, ¿no? No hay nada más tica que sentarse una tarde con una taza de café, un pan fresco y queso Turrialba.

¿Le puedo contar una historia? Vieras que hace como dos años, puede ser más, puede ser menos, estaba yo sentado en el asiento quince-C del vuelo diez ochenta y dos de Continental, acumulando mi decimo octava hora de vuelo consecutiva. Estaba harto de la comida llena de sodio, los asientos pequeños, pasajeros molestos y turbulencia extrema. Los baños, como siempre serán, eran pequeños e incómodos y el riesgo de terminar orinado crecía con cada hora que pasaba del vuelo.

Todos los pasajeros, en su mayoría gringos, iban enviciados con el partido que pasaban por esos monitores diminutos. Parecían orcos sin cerebro, unos celebraban mientras otros maldecían, se escuchaban las viejas rivalidades revivir cuando anotaban y a nadie le parecía importar. Según recuerdo ganó Nueva Orleans y me pareció una bonita victoria luego de lo que había sufrido ese pueblo con Katrina y luego de eso, a nadie le importó. Viera usted qué interesante, a absolutamente nadie le parecía causar intriga. Pues a mí sí.

Yo sí estaba intrigado, estaba preocupado y quería saber. Es increíble la paz que puede generar un avión, aún en turbulencia, más que paz es una ignorancia. El mundo puede seguir girando pero uno no tiene opción más que quedarse sentado y callado. Hay que esperar a que se abra la puerta para saber qué ha pasado. Pues, yo ya quería aterrizar para preguntarle a alguien, a quien fuera.

Yo no voté, doña Laura, estaba lo más probable cruzando algún estado de la costa atlántica cuando los puestos de votación cerraron. Yo quería votar, yo quería ejercer mi derecho a escoger un futuro mejor para mi país; ya ve, yo no le miento, yo iba a votar por usted. Por eso la invito a tomar café. Hablemos, hablemos de cómo Costa Rica es un atleta retirado, un campeón mundial en su lecho de muerte; Costa Rica es una piedra en el zapato de la oscura, tórrida historia de los gobiernos Latinoamericanos. Alguna vez fue una referencia de cómo se debería gobernar un país.  

Entonces, ¿no es cierto, Doña Laura, que somos una nación de paz, de democracia y del pueblo? De tanto andar en avión, me doy cuenta que ahora, decir que este país sigue siendo lo que una vez fue, es viajar en primera clase en un avión que se va a estrellar. Igual nos vamos pa’l carajo. Pero conversemos, doña Laura, hablemos.

Traje gaticos y costillas de guayaba, espero le gusten.
Hablemos de Facebook. Cuénteme si usted lo usa, me gustaría saber. Yo es que me impresiono de cómo las redes sociales hierven con disgusto y desagrado hacia el gobierno. Eso sí, el tico puede ser que pase berreando, criticando y que al final no haga nada, pero la herramienta es poderosa, ¿no cree? Pregúntele a Egipto. Siento yo que por eso hay que ponerle atención. Y aún así, entre todo ese ataque, entre todo esa crítica, parece que de nuestro “piso” no pasa. Parece que es únicamente una comunicación horizontal y el mensajero nunca llega a los pisos de arriba. ¿En qué piso está usted, doña Laura?

Yo sé, doña Laura, yo sé que tiene muchos problemas. ¡Por eso la invito a un café! Con una buena taza, nos sentamos a hablar de la Asamblea. Ahora, si me pongo a analizar, no logro comprenderla entonces quiero que me ayude. La Asamblea es para el pueblo, ¿verdad? Nosotros los del pueblo escogemos los que la componen, o al menos, eso dice la teoría.

Nosotros. Los del pueblo. ¿Cuándo perdieron significado esas palabras, doña Laura?

¿Qué pasó?

Es que, al menos, el redactor de esta invitación no entiende porque hay un ex convicto dirigiendo lo que sería nuestra voz, nuestra “capacidad de elegir”. Hasta decirlo en voz alta suena feo. O será que ser criminal no es tan malo, ¿tal vez? No entiendo porque ellos tienen deudas, como el resto de los ticos, pero no las pagan cuando pueden. Explíqueme eso, eso de los tiempo bíblicos de pago; en ningún banco me lo explicaron. Y, ya que está en esas, ¿me ayuda a entender eso del plan fiscal?

¿Para qué aumentar los impuestos si no los está recaudando bien?

No quiero que sienta que la ataco, doña Laura, es que cuando uno conversa ya en confianza, uno se acomoda y pregunta sin vergüenza. No sé si ha notado pero en ningún punto le dije Presidenta y es porque no me interesa la opinión de la Presidenta, me interesa la opinión de Laura Chinchilla Miranda, la costarricense.

¿Qué piensa de los criminales que andan sueltos?

¿De que las corbatas ahora se asocian con corrupción?

¿De que el borracho que usted detuvo está libre?

¿De que el futuro –la pensión– de la gente trabajadora está en el limbo?

¿De que este lugar se llame Costa Rica?

Conversemos, doña Laura, sobre lo que decían los abuelos, lo que gritaban con orgullo: la paz, la democracia, la felicidad de esta nación. Doña Laura, sentémonos, conversemos; invite a quién quiera, de mi parte sólo soy yo y cuatro millones más.

miércoles, 11 de abril de 2012

La política es un restaurante:




La política es como cocinar. Corrijamos eso, la política es como tener un restaurante; si uno se pone a verlo por un momento, es así como se maneja este asunto de controlar un país. La gente entra al restaurante y sabe que va a pagar y también espera algo, espera que le den satisfacción, espera que esa estadía en el restaurante, por tan corta o larga que sea, le de un sustento para seguir adelante.

El restaurante sabe que tiene que desempeñar, por algo la gente está yendo a este restaurante y no al de la esquina o el que queda en el otro barrio que uno que otro amigo le recomendó. No, vamos a este restaurante porque este, al parecer es muy bueno. Comienza el turno en las tempranas horas de la mañana, cuando el mundo está o muy dormido o muy borracho para pensar claramente, y comienza con el restaurante buscando los ingredientes.

¿Ingredientes para qué? Bueno pues, ingredientes para hacer la comida, para hacer el sustento que nos va a alimentar por un día más. Pero ahí están, con ese frío de la madrugada, la neblina que cubre los edificios, las lámparas tratan de romperla con su luz amarilla, tan cálida, la nariz parece estar mojada, ¿es el frío o es que se están resfriando? Se vuelven a ver unos a otros, están de mal humor o sencillamente no quieren estar ahí. Con un gesto tranquilo comienzan: el de transportes tiene que ir por los ingredientes al mercado y está llegando el mejor marisco del país.

Se monta en el camión y se va para el mercado. No va a llegar al mercado. Se va para donde su amigo que le consigue un pescado barato que logró conseguir de Brasil, intoxicado con mercurio, pero barato. Se deja la plata, la esconde y consigue una factura por el pescado que venden en el mercado. ¿Por qué lo hace? Ni él sabe, así lo hacía el chofer antes, y así aprendió él.

Trae el pescado al restaurante, sabiendo que no está fresco y tiene mercurio, pero no dice nada. Es muy temprano, la jornada no se ha puesto intensa y sabe que, para horas de la tarde, el pescado va a ser el menor de los problemas. Feliz con su plata, se va para el pasillo a fumar.

Llega el pescado al encargado de carnes. Este carajo vieras que es bien talentoso, pero también perezoso, ¡qué combinación! Su labor es repartir el pescado, cortarlo en diferentes cortes que se usaran durante el día, en diferentes estilos y a diferentes horas. Ve el pescado, ve a su asistente, ve el pescado.

- A ver, Julián, usted quería aprender a cortar –dice feliz, se rasca la panza y se va a fumar-, aprenda con este corte.

            Julián está feliz de la vida pero Julián no sabe cortar pescado. Lleva si acaso un mes y comenzó en contaduría. Terminó en la cocina porque a él le gustaba cocinar y su tío es el dueño del restaurante.

            Julián cagó el pescado.

            El pescado todo cagado llega a la cocina principal, al congelador, a la estación de sushi, a la sección de salsas y, milagrosamente, hasta la sección de postres.

            - Oiga, Julián, ¿qué putas hago yo con pescado? ¿Bolis de corvina?
            - Diay, no sé, haga lo que quiera, a mi me dijeron que repartiera eso- El de postres sacude los hombros, arruga los labios, y se pone a pensar. Levanta las cejas y sonríe, a su esposa le gusta el pescado. Se lo va a llevar a su casita.

            Y apenas son las seis de la mañana.

            El de sushi hoy no anda de buenas; ayer se le metieron a robar y se llevaron la pantalla plana. Se pone el sombrero ese ridículo que lo hace sudar, se amarra el delantal y agarra ese pedazo de pescado todo demacrado. Como un caballo relincha, reputeado, y tira el cuchillo. Casi mata a la pobre mesera. Cierra los ojos y respira profundo, vuelve a ver a Julián, sacude la cabeza y lo acepta: ese chiquito escuálido, medio tonto y baboso no tiene nada que ver, lo más probable ni tenga idea de qué está pasando. Sabe que el jefe de carnes es un dolor de huevos entonces mejor se queda callado. Además, hoy pagan. Hoy siempre pagan.

            El sushi queda horrible pero, ya para las ocho, está listo.

            El de congelador le valió completa gorra porque sólo emplasticó el pescado y lo tiró al fondo. Sabe que ahí le aguanta unos años; saca el pescado viejo y lo comienza a descongelar.

            Ya como a las once, se comienza a mover el asunto, porque el pescado se tiene que preparar, pero hay una bronca, como dicen por ahí, porque el Chef no ha llegado. ¿Ven? Este carajo si tiene una buena historia; a él lo pusieron de Chef porque estuvo veinte años metido en un hotel, nadie sabe haciendo qué, pero veinte años es experiencia. Siempre llega tapis, se ha prensado a todas las meseras (y dicen que a un mesero), no sabe hacer ni costra pero no lo pueden echar porque el contrato es por seis años. ¡Ay, uón!

            Llaman a Julián, ¡ay, Juliancito!
           
            Comienza a hacer el pescado justo a tiempo para el primer cliente. Viene con su esposa, ahorraron todo el mes para poder venir, y están celebrando cinco años de casados. Se sientan y los atiene la mesera, muy servicial, quien les pregunta qué comerán. La respuesta es sencilla: pescado, porque es un restaurante de pescado.
           
            Ella muy servicial se va a entregar los pedidos. Juliancito ya los tiene casi listos (bueno, eso cree), pero no hay nadie que sirva las bebidas. La que atiende las bebidas está embarazada (desde hace un año) y no ha podido venir hoy; la mesera decide que no es tan difícil servir unas bebidas, entonces las prepara ella. Luego de alistar la cerveza –en vaso, lógicamente, para poder meterle hielo- se da cuenta que sobró un “culito” de cerveza. Ahí luego se lo toma, no hay que botarlo.
            Listo, la mesera sirvió las bebidas y sabe que en cinco minutos va a salir la comida. Bueno, eso cree.

            Diez minutos después  y nada.

            Quince minutos después y nada.

            Media hora, ¿qué habrá pasado?

            Los clientes no están muy felices, ya están reclamando, pero ella no sabe manejar reclamos porque nadie le enseñó. El único que sabe ya se pensionó.

            ¡Ya salieron las órdenes! Ella se apura para servirlas, las coloca y se disculpa (ella sí es honesta), pero no se da cuenta de todo lo que acaba de pasar. Cuando Juliancito terminó el plato, se lo mandó al punto de llegada, donde había que recogerlo y dárselo a la mesera. Él lo empujó con mucha fuerza y el plato deslizó por el acero inoxidable hasta caerse. Todo se dañó pero el filete sobrevivió. Estaba un poco sucio eso sí, tenía pelos y tierra, pero el de Sushi dijo que aguantaba, que no había tiempo. Lo limpiaron de nuevo pero no había puré entonces sacaron del puré en polvo que venden en la esquina, lo alistaron y lo prepararon. Cogieron otro plato, alistaron la comida y la mandaron.

            La pareja lo prueba, el resultado el blando, no impresiona, es decepcionante.

            Tal vez el postre estará mejor.

            El de postres se fue a almorzar pescadito con la esposa. El encargado es, ¿quién? Ahí sale disparado Juliancito a cortar un poco de queque y ponerle helado. Agarra sirope de chocolate y ahoga el helado con queque en chocolate. Un poco de crema chantilly y listo.

            Todo sabe mejor con chocolate.

            Pero ese chocolate estaba rancio, pobres clientes, no saben la diarrea que les espera. Pero bueno, aguantó. Digamos que estuvo buena la comida, no se puede nada más pero qué mal que la gente piense que esto es lo mejor. Él pide la cuenta, ella se incomoda un poco, baja la cara, no le gusta que la inviten, pero ella pagó la vez pasada y todavía se está recuperando.
           
            Casi le da un paro a ese hombre, ¡qué cara la cuenta! Saca la tarjeta, exhala y la vuelve a ver. Sonríe. Al menos la tiene a ella.

            Ya para las cinco toca cerrar. Ellos no trabajan de noche porque es muy difícil aunque hay gente que sí le gusta cenar en restaurantes en la noche pero no pueden, no hay alternativa. Aquí ya llega la jefa, ella es la dueña del restaurante y le gustaría saber qué ha pasado en el día; confiado, llega Juliancito y da el reporte. Él recibió el pescado, él lo preparó, él arregló los platos y todo está bien. Vea, hasta hay una cuenta para probarlo.

            Mmm, a mí este restaurante Doña Laura ya no me gusta. Voy a buscar otro, pero como que no hay muchas opciones.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Si muero mañana...

Hola, soy Bernardo, tengo 26 años y nací en Octubre. No que les importe, realmente, sólo lo resalto.


Son las 22:29, y me pregunté: y si me muero a las 22:30, ¿qué? ¿Qué dejo atrás? ¿Cuál es mi legado? ¿Cuál es mi huella?

Y mae, no sé.

Me gradué de ingeniero mecánico a los 25, defendí una tesis en la cual tuve que aguantar a un lector externo atrasarla por 3 años porque no le gustaba la manera como yo redactaba, él no era de Costa Rica, no hablaba bien Español y cuando me corregía, lo hacía con faltas de ortografía, corrigiéndome ortografía, a propósito.

Fue una tesis enfocada en el diseño de un sistema de reciclaje de basura de bajo costo. Ya funciona, está ahí en la U.

Escribo desde los quince años, tengo cinco novelas terminadas que han leído cuatro gatos, tengo como setenta cuentos cortos que creo nunca saldrán a la luz, me han publicado en una revista pequeña, gané un concurso de historias cortas en un foro abierto hace unos meses, no le conté a nadie porque realmente no me sentía orgulloso, eran sólo 500 palabras. Tuve que detener el mundo y ponerme a pensar: no seas maricón, lo hiciste vos y nadie más.

Fui el primer ingeniero mecánico en brindar una charla que relaciona el equipo médico con el ámbito ingenieril (mecánico específicamente).

Me gané el respeto de una compañía multinacional al grado que me encargaron del entrenamiento de todos los nuevos ingenieros de la línea en este país.

Mis ilustraciones han sido publicadas en un libro, tomé un foto con una cámara equis que terminó siendo la portada en otro. A los 14 años pasé a la tercera ronda de un concurso de diseño de carros. De ahí nunca supe qué pasó, pero me rendí en eso, por estúpido. Pero el domingo me pongo a diseñar a ver qué sale.

Pero no lo vi hasta que detuve el mundo. Y si me muero a las 22:36, ¿qué?

Le tengo miedo a las películas de terror, no me gustan, me obstina estar estresado y tenso durante toda la puta película y no dormir bien luego. Amo los documentales y comencé el proyecto de uno, pero nunca lo terminé, por huevón, realmente. Por la puta excusa del tiempo, que realmente no existe. SI pudiera devolver el tiempo, me gustaría terminar en el siglo 18 y conocer los primeros intentos verdaderos de la ciencia como una industria, al igual que ver todos los cambios que sufrió la literatura en este entonces. Me encanta el teatro, siempre he querido ser actor, actué en el cole, pero nunca le di pelota en un futuro. Me han ofrecido papeles, pero los rechazo rápidamente. Eso sí, he salido como extra en dos cortos.

NO le tengo miedo al fracaso, le tengo miedo a no superarlo, a no poder darle frente a un reto y que éste me derrote. Ni picha, no va a pasar. No es la primera vez que me enfrento a algo.

He llorado por gente, por amor, por muerte, por felicidad creo que no. Me he peleado por una mujer, que yo sepa no se han peleado por mí (realmente no sé si me afecta saberlo o no). Me han despichado el corazón, por tan cursi que suene, y creo que no he sido un caballero siempre, pero lo carepicha siempre lo tenemos adentro, todos.

No tomo bien los cumplidos, me dan pena y no sé qué decir cuando algo que yo hice está bien. Tal vez sonrío como idiota y ya. Pero realmente no tengo un espejo cuando me lo dicen.

Chamaco mi miedo más grande no era la oscuridad, ni los OVNIs, ni nada de esas varas (aunque los OVNIs si me cagaban del susto, ahora me encanta la posibilidad de vida externa a este planeta), era no poder hacer ni mierda cuando algo pasara, todavía pienso que es el miedo más grande que tengo.

Busqué desesperadamente aprobación por todo lo que hacía durante toda mi vida hasta que me di cuenta que la aprobación que más importa es la mía y de nadie más. Después de todo, como dice mi novia, la felicidad y tranquilidad que uno tiene se refleja.

Entonces, me puse a pensar. Me pregunté y me contesté. Realmente, si me muriera a las 22.45, ¿qué pasaría?

Me aguanté tres años a un roco necio que quería atrasarme por más tiempo. No me rendí cuando podía dejar todo botado. He luchado quince años por ser un verdadero escritor, hasta lo estoy aprendiendo y no me voy a detener. Me gané el respeto de la gente que me rodeaba por lo que yo hice y no por lo que decía, también supe cómo determinar cuándo mis responsabilidades terminarían para no cagarla después. Cuando me equivoco, lo acepto, pero no me quedo ahí, ni picha, el fracaso no me va a agarrar. No tolero perder tiempo, tengo un estándar alto en mí mismo, pero se lo debo a la gente que me rodea, y espero lo mismo de la gente. Estoy orgulloso porque una persona me leyó un artículo, una persona que nunca conocí, nunca voy a volver a ver, y dijo: "me encantó tu artículo, me puso a pensar."

También estoy orgulloso porque otro mae que nunca supe quién fue me dijo: "mae sos un imbécil, ¿cómo vas a decir eso? Estás mamando, me puteó que dijerás eso."

Pero me habló de vos, y lo puse a pensar.

No sé que pasará mañana pero si veo al ayer, me doy cuenta que tengo que ponerle, no me puedo rendir y nadie más me va a decir que no puedo. Porque yo sí puedo.

No rajo, sólo hice un recuento. No insisto, sólo pido que lo hagan. No busco lástima, busco atención.



Y vos, si te morís mañana, ¿qué? ¿Cuál es tu huella? ¿Estás satisfecho?

Yo no.

domingo, 25 de septiembre de 2011

El Ballet Georgiano

El sábado tuve una experiencia bastante interesante. Comencé la noche con un extraño sabor a decepción, un amargo sentir en mi boca mientras caminaba por esas estrujadas escaleras del Melico, triste de ver cómo las paredes pedían piedad, querían que cada uno de nosotros detuviéramos el tiempo y las "chinearamos" centímetro a centímetro. Las esquinas sucias, los cables colgando, las lámparas ya deseando caer y apagarse para siempre.

Pero aún así, el coloso nos da la bienvenida, como un señor en sus últimos años quien se pone el traje de gala, perforado por el tiempo, sucio en los codos y en las rodillas. Se alista el sombrero de copa y sonríe una vez más. Todavía sabe como cautivarnos.

Sus asientos, desde lo alto, son duros, incómodos, tal vez hasta un castigo a nuestros cuerpos, pero no importa. La incomodidad pronto dejará de existir porque, desde ahí arriba, en una esquina del teatro, puedo apreciar el escenario en su totalidad.

Pasan los minutos y no falta el buen tico, el que aún en el teatro, silba, pide que salgan, hasta aplaude para hacer presión, y se dice ser culto por ir al "tiatro". En fin, no dejo que moleste mi noche, aunque es difícil cuando más gente le hace juego.

Finalmente, se apagan las luces. Comienza un tambor, un ritmo magnético, casi eléctrico, que le da la bienvenida a muchos que terminarán sorprendidos; escondidos ahí en un esquina hay cuatro, sus tradicionales vestimentas los hacen ver inofensivos, como si no tuvieran talento. Como si fueran un mero adorno, pero el acordeón comienza a sonar. Ese alegre tono luego se convierte en un tono de guerra, invocándonos a los bordes de los asientos. Finalmente, entra una flauta que resalta claramente la influencia que ha tenido Georgia del Medio Oriente y Europa Oriental, creando una polifonía sencillamente hermosa.

Salen entonces las estrellas del Ballet, los hombres. Llama inmediatamente la atención que todos andan colores apagados, pasteles a lo más y esto no es lo que importa, no nos importa ese color vino oscuro con negro de fondo, sino como se representa la historia Georgiana de resaltar la virilidad de un hombre guerrero. Un hombre que puede ser letal (como se demuestra después) pero también elegante, agraciado.

Sus saltos contradicen lo predicho usualmente en el ballet, son movimientos agresivos, cortos y atípicos, doblando el cuerpo en posiciones que nos parecen tal vez inusuales, extrañas, pero tienen sentido. Representan de todo, desde las batallas que han tenido en las montañas de su país, hasta el enamoramiento y competencia entre dos, o más, hombres por una dama.

Las damas son tal vez el aspecto que me causa más interés. Sus colores, también apagados, no son tan extremos como los masculinos (si acaso el blanco), el resto son pasteles suaves, que son clara traducción de la tradición de este país. Se resalta al hombre como el héroe, la mujer es el premio, es una pausa del mundo violento que los rodea; es un regalo a los ojos. Sus pasos, cortos y definidos, sus vestidos largos y una sonrisa que parece falsa, hecha en arcilla, hacen de las mujeres en el Ballet seres flotante. Sus movimientos delicados, serenos comparados a los gritos y patadas de los hombres, aún así envenenan a la audiencia con un sentido de paz.

Pero esto es sólo una pausa, comienza de nuevo el Doli a sonar, a hacer eco de años de guerra. La Stviri agudiza el ambiente y salen los cuchillos; con confianza, determinación y un poco de egocentrismo; cada bailarín despliega su poder, su capacidad de hacer 12 fuettes y luego disparar cuchillos a un punto exacto, para luego terminar con la ovación del público. Son segundos antes de que dos bailarines se enfrenten a una guerra, por el amor de una dama, girando en el suelo, chocando los cuchillos y demostrando un control de años de entrenamiento riguroso, casi inhumano, que debieron haber pasado.

Termina el evento con un despliegue de colores opuestos, predominantes el blanco y el negro, que representan al pueblo de Georgia reuniéndose luego de una ardua batalla. Los aplausos nos son suficientes, el público tiene que levantarse, y así vivo una de las experiencias más interesantes, llenas de energía y sorprendentes que he visto en el país.

Les recomiendo el Ballet de Georgia por si quieren ver algo diferente que los impresionará. Les dejo un pequeño video

http://www.youtube.com/watch?v=_gqOiSMNxnY&feature=related

domingo, 18 de septiembre de 2011

Observo, aprendo, observo, aprendo.


Observo, aprendo, observo, aprendo:

            Leer el libro de Malcom Gladwell, What the dog saw (Lo que el perro vio), logró exactamente lo que cualquier escritor quiere. Conforme pasaba las páginas, mi punto de vista del mundo iba cambiando, porque yo iba aprendiendo. El libro, por si no lo han leído, trata de ideas, nada más. Sencillamente nos explica cómo cierta gente, ciertos genios menores que han cambiado nuestra perspectiva del mundo con detalles tan lógicos, obvios, que cuando nos cuentan, decimos: ¿por qué a mí no se me ocurrió? ¿Por qué he vivido todo este tiempo con esta percepción del mundo? ¿Por qué no puedo amaestrar un perro? ¿Por qué me gusta la mostaza barata y no la cara?

            Pero no les voy a describir el libro, mejor lo leen. No puedo quitarle crédito a Gladwell por su obra ideal para cualquier que quiere aprender de lo que sea. Ahora escribo más bien de lo que he aprendido conforme leo el libro, porque no lo he terminado, y eso dice mucho (basta ya de piropos hacia Gladwell, es difícil, pero tengo que limitarme).

            Nosotros somos ciegos. Hemos dejado de observar el mundo como deberíamos y eso hace que poco a poco aprendamos menos. No significa que seamos más tontos, sencillamente somos menos inteligentes. Conforme avanzamos en una era en donde el conocimiento parece ser vasto y disponible para cualquiera, tomamos por garantizado el hecho de que todo lo vamos a ver eventualmente, ya sea por internet, o…por internet, tal vez por la tele, pero usualmente por internet.

            No podríamos estar más equivocados.

            Lo que más vamos a aprender es lo que vamos a observar, lo que no podemos ver detrás del monitor de una computadora y esto se debe a que no somos máquinas, somos humanos. Pero somos humanos que hemos cambiado, dentro de nuestra sociedad, se nos impone que conforme nos convertimos en adultos, tenemos que observar menos y acumular más; sea lo que sea, tenemos que acumular: ganancias, conocimiento, experiencia, tecnología, casas, carros, hijos, lo que sea, pero hay que acumular, y no observar lo que nos rodea.

            Esto es inverso a lo que debería ser el conocimiento, en donde cada cosa que yo acumulo, debería ser observada desde cada aspecto posible: ¿me sirve tenerlo? ¿Me va a gustar? O algo tan sencillo como ¿es realmente mío? ¿O le pertenece a la sociedad que me lo prestó por unos años?

            Durante este viaje en el exterior, observé, analicé, y aprendí bastante, más de lo que pensaba que iría a aprender en una capacitación de equipo médico. Esto gracias a un libro; no sólo su contenido, ni la prosa utilizada que combina estilos de narrativa y de análisis científico, que logra crear una novela basada en un análisis de fenómenos sociales, culturales y psicológicos. Es la famosa “non fiction novel”, considerada la más difícil de lograr escribir en la literatura en inglés.

            De nuevo me desvío, por andar piropeando.

            ¿Cómo me ayudó el libro? Bueno, pues me ayudó porque yo estaba solo, mis compañeros de trabajo se tuvieron que ir antes y quedé solo en otro país, todo lo tenía que yo solo, almorzar, cenar, ir a la piscina del hotel, ir de compras para sanar la sed que me da este calor tejano, hasta la vida social: fui a un bar de comedia solo, pero no me molestó, más bien me encantó porque pude observar.

            Para cuantificar a qué me refiero con observar, voy a mencionar tres ejemplos que pueden considerarse cotidianos, comunes, hasta aburridos, al menos yo los hubiera considerado así, y realmente no lo son, son fuentes geniales de entretenimiento, de aprendizaje, hasta de humor (un poco retorcido, pero humor aún así).
           
            El primer ejemplo: el golfista.

            En el vuelo de Houston a San Antonio, pensé que me tocaría estar en la fila completamente solo, algo que amo y anhelo en todos los vuelos porque me permite estirar las piernas y estar cómodo. Ya se iba a cerrar la puerta, todo parecía indicar que así sería.

            De repente llega esa sensación de que entró el pasajero que se sentaría a la par mía, con sólo verle los ojos claros, con cierto estrés por llegar tarde, se me delató que mi esperanza de tener la fila para mí sería en vano. Por dicha era sólo un viaje de cuarenta y cinco minutos.

            Pero había algo diferente en el pasajero, algo que me decía que no era cualquier persona. Se sentó a la par mía, disculpándose por haberme movido (cosa que no me molestó), e inmediatamente sacó su celular y computadora. Los puso en la mesa y se puso a anotar múltiples datos. Tenía una camisa de Titleist, una gorra de Titleist y un pantalón caqui.

            Sonrió cuando vio un número, pero se puso serio cuando vio otro. A regañadientes tuvo que guardar sus dispositivos electrónicos durante  el despegue.

            ¿Qué veía? No sé, pero asumí que era de importancia para él.

            Me puse a leer.

            A mitad de vuelo, me dijo que el libro era bueno (Gladwell), yo le dije que sí, muy bueno, que me encantaba y que lo estaba leyendo súper rápido, no podía despejarme de las páginas.

            Luego nos silenciamos.

            Antes de aterrizar, le pregunté sobre su celular, ¿qué tan bueno era? ¿era fácil de usar? ¿Era caro? No le pregunté, por mera decencia, qué era lo que revisaba, pero me enseñó la pantalla rápidamente para que yo viera cómo se comportaba el teléfono.

            Estaba revisando datos de golf.

            Me dijo que  sí, que era confiable, pero me dijo: “no es un IPhone”, señaló mi computadora (una Mac) y sonrió. Él asumió que yo tenía un IPhone pero saqué mi confiable Nokia, rayado y sucio, y le sonreyí: “yo sé, esto tampoco es un IPhone.” Sonrió como medio apenado, pero luego se rió. En ningún punto, él me preguntó por mi celular, ni por mi computadora, ni por mi visita a San Antonio, sólo me preguntó por el libro; observó que yo leía y le pareció interesante.

            Resaltó que él necesitaba estar comunicado casi siempre, que el celular de él no servía a veces, y que eso lo decepcionaba. Que lo utilizaba para leer de vez en cuando pero era muy incómodo, y que había perdido el Nook en otro aeropuerto (o Kindle, no me acuerdo realmente). Le dije: “lo mejor es andar un libro, lo prefiero así.”

            Estuvo de acuerdo, le dije que me gustaba escribir y siempre sentía que las hojas daban una sensación de propiedad que cualquier dispositivo no podía dar. Aterrizamos y cada uno se fue por su propio camino. En la salida del equipaje, me lo volví a encontrar, pero de lejos, estaba en una tienda comprándose un libro.

            Cuando iba camino al hotel, me quedé pensando en él. Algo había que no podía explicar, en algún lado lo había visto, había leído algo de él, estaba seguro. Un nombre seguía surcando mi mente, como retándome a buscarlo.

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Lo sabía, lo sabía, lo sabía. Maldita sea, le debí haber preguntado.

            Era el golfista profesional Phil Mickelson. El papá de mi novia ama el golf, y hubiera sido muy agradable conseguirle el autógrafo de un golfista de la PGA que se compró un libro en la tienda del aeropuerto y pude conversar con él.

            Observé cómo se comportaba, qué hacía, ciertos rasgos, hasta su ropa. Si no lo hubiera hecho, no me hubiera dado cuenta que era quién era, sencillamente hubiera sido una conversación normal y corriente, hubiera sido cualquier otra persona.
           
            Otro país:

            Ahora bien, estar en otro país puede estresar a cierta gente, ya sea por la cultura, el clima, el motivo del viaje, o meramente el hecho de estar fuera de la casa. A mí me encanta, porque me rodeo de gente que casi nunca veo y que, lo más probable, nunca volveré a ver: gente fea, gorda, bonita, flaca, alta, baja, ruidosa, nerviosa, tímida, confiada, de todo. Y mejor aún es estar solo en otro país, porque no tengo el sesgo de gente conocida, no tengo algo que me modifique el punto de vista que tengo, o voy a tener, sobre la gente.

            Tomemos mi sábado por la noche como ejemplo. No tenía nada que hacer, la inspiración para escribir se me había ido, no sentía esa chispa por crear y hacer una corrección de mi novela en inglés me parecía ligeramente aburrido (es la cuarta revisión, y cansa de vez en cuando). Decidí entonces salir a un bar de comedia, un lugar en donde podría estar solo, tranquilo y reírme (eso esperaba) bastante. Pero nunca pensé que fuera a aprender tanto de lo que vi. Había estado devorando las páginas del libro durante todo el día y en la noche, todavía había choques eléctricos en mi mente que resonaban, instigándome, activando el deseo de observar.

            Tenía, después de todo, el escenario perfecto.

            Me senté en una esquina, con dos sureños (pero no tejanos) enfrente, Bill y Caroline. Nunca los había visto y no los volvería a ver pero los saludé, me saludaron y eso fue todo. Después hablamos poco, pero nada significativo. A mi izquierda tenía a una pareja, ella mayor que él, de gringos jóvenes. Ella tal vez quería ser madre, él tal vez extrañaba a su madre, fuera lo que fuera, la diferencia de edades era suficiente para causar intriga.

            Nunca se hablaron en toda la noche. Ambos veían su celular, ocasionalmente se daban un beso y corrían sus manos por las piernas, como queriendo indagar si pasaría algo más tarde. Él se perdía, no la veía, pero a ella no molestaba, hacía lo mismo. De hecho, nadie los veía de manera burlona, agresiva, tan siquiera intrigada, porque muchos hacían lo mismo.

            Luego estaba la mesera, joven, bonita, pero insegura. Lo más probable odiaba su trabajo, las pachucadas que le decían, el riesgo de que algo le fuera a pasar, pero sabía que así podría pagarse una carrera, enfermería tal vez, o educación especial, lo que fuera. Se llamaba Kimberly Cruz, morena, bajita, pelo negro, y un acento de latina que no podría esconder ni en cien años de estar en Estados Unidos.

            Le hablé en español, me contestó en inglés. Bill y Caroline se fueron a comprar comida antes de que comenzara el show, me pidieron cuidarles el campo. Llegó con mi orden, y me habló en español. Poco antes de finalizar el intermedio, decidí hacer un experimento: pediría otra cerveza, con Bill y Caroline enfrente. Me habló en inglés. Cuando iba saliendo, me sonrió por primera vez, ella estaba por la puerta, yo iba solo, se despidió en español.

            Durante el show, Bill y Caroline, ambos señores como había dicho, se rieron del comediante Jay Lamar, un californiano blanco cachetón, como niñito que no puede dejar los confites, que sólo se burlaba de los mexicanos, del calor tejano y de cómo en los estados del sur, se sudaba pero no se adelgazaba. No se rieron del comediante Darrell Joyce, un comediante negro, de alto calibre (HBO, Showtime, BET) que se burló de los mexicanos, de los negros y del calor tejano que hacía que los negros fueran ligeramente menos atractivos, ¿no es lo mismo?

            En esa noche, en un bar de otro país, aprendí que la gente realmente no quiere tener contacto, sólo el pretexto de contacto, para cuando lo necesitan. Un ocasional beso, sexo, comodidad, lo que sea. Tampoco necesitan representar a su raza, porque pierden su noción de “respeto” en la sociedad, que es una sociedad que realmente no aprecia a una mesera en el medio de San Antonio, que sólo quiere poder vivir tranquila, pero que el único momento en el que puede es cuando nadie la observa, en una puerta oscura de la salida de un bar. Que los puristas no quieren perder su reinado, aunque saben que poco a poco, tal vez en veinte años, ellos serán la minoría, pero que aún así serán siendo superiores, bueno, al menos eso piensan.
           
            El niño:

            Si pueden, busquen un niño o niña de no más de cinco años. No se le acerquen, si es su hijo o hija, aún mejor, así lo conocerán mejor. Sólo vean, OBSERVEN y tengan un cuaderno a mano: cuenten la cantidad de veces que él observa el mundo que tiene alrededor. Ahora, busquen a un joven de veinte años, no menos, pero máximo veinticinco. Cuenten la cantidad de veces que él o ella observa el mundo alrededor y apunten los datos. Finalmente, busquen a un señor de setenta años, aproximadamente, y fíjense cuántas veces observa el mundo que tiene alrededor.

            La diferencia es abismal.

            El niño observa porque no conoce el mundo que lo rodea y quiere conocerlo, para él o ella, todos los colores significan algo, todos los sonidos son algo que tiene que ver, que tiene que buscar y que tiene que conocer. Al escuchar un motor ruidoso, o una sirena, se dirige hacia dónde se originó el sonido. Si ve un pájaro, lo sigue con sus ojos (o corriendo) y cuando éste vuela, él no se detiene, sigue corriendo. Cuando ve a alguien con anteojos, muy alto, leyendo un libro mientras camina, también lo ve, se asusta pero lo ve.

El joven no le interesa mucho lo que lo rodea y sólo busca lo que quiere, observa mujeres, carros, cosas electrónicas de la última tecnología, pero no observa, por ejemplo, que los patos del canal de San Antonio siempre tienen una pluma azul del lado derecho pero no una al lado izquierdo, ¿por qué? Tampoco observa que  poco a poco su grupo de amigos se va separando al punto que eran seis y ahora quedan tres grupos que no se hablan, pero sí observan a una muchacha con vestido corto que camina enfrente, con un contoneo atractivo, llamando a todos los hombres alrededor, pero anda con novio.

El señor no quiere observar el mundo, él sólo ve su camino, su dirección y hacia dónde quiere ir. Ya ha visto suficiente en su vida y sabe que tratar de ver más probablemente le deje decepción, o eso es lo que él piensa. No se da cuenta que hay una joven asiática que quiere ayudarle a cruzar la calle, más bien la ignora, pero al ver que no reaccionó, me permite creer que ni la escuchó.

Ella se va decepcionada, pensando que el mundo entero la observó, y que se burla de ella, cuando realmente nadie la vio, sólo un hombre en una banca del parque, que tomó un descanso del libro que leía para observar el libro que es el mundo que lo rodea.

Un mundo que seguirá girando y girando, las lecciones seguirán pasando, los hechos girarán, sin importarle que nosotros observemos o no.

(Él o la que no vio la sonrisa mal escrita, escriba sonreír y conjúguelo veinte veces). 

miércoles, 7 de septiembre de 2011

La educación me hizo bruto

Si me pongo a pensar en lo que he aprendido en todo el tiempo que he estado encerrado en las cuatro paredes y un techo de algún sistema educativo, me doy cuenta que menos quiere la sociedad que yo aprenda conforme pasan los días. Más absorbo conocimiento, pero menos aprendo.

Hago una regresión, y me doy cuenta que esto no es más cierto ahora, que antes, en los dos tiempos se aplican, y se seguirán aplicando en el futuro (o hasta el 2012, lo que suceda primero).

En el kinder, la profesora me decía que tenía que dibujar un arbolito, una casa, unas manzanas y a mi familia, tenían que estar felices, tenían que ser de color piel con el pelo de color respectivo, y tenían que estar todos agarrados de la mano. Pero, ¿por qué? Mi familia nunca está toda agarrada de la mano (que yo me acuerde han sido contadas las ocasiones), no todos tenemos el mismo color de piel, ni siquiera la misma manera de sonreír.

Si las manzanas no eran rojas, entonces estaba mal.

¿Por qué mal y no diferente?

Y si yo quería dibujar un sueño que había tenido, o sencillamente quería dibujar manchas en una hoja, no podía porque no era lo que ella quería que yo hiciera. Como dice Kundera, no es culpa de ella, es culpa del sistema. A ella le han ido diciendo que dibujar ciertas cosas nos van a hacer más inteligentes que otras.

Luego me decía la profesora que yo no podía hacer escándalo, que tenía que poner atención, que no podía cantar porque me distraía (me gusta mi voz, me gusta cantar, pero no lo hago bien, tal vez hubiera sido diferente si ella no me hubiera dicho que cantar es vergonzoso porque hace mucho ruido).

En la primaria, comenzó todo a irse de mal en peor. Decidieron que yo tenía que saber de matemáticas, estudios sociales, y ciencias, pero que no podía dibujar en clase cuando yo quería sino cuando ellos decían, que la inspiración para escribir un ensayo (por tan estúpido que fuera) no podía utilizarla porque la profesora quería que yo escribiera de mis vacaciones. ¡Las vacaciones no importaban! ¡Importaba que yo escribiera el cuento que quería!

En fin, no sé si notan una tendencia.

Ya para sexto, yo comenzaba a pensar que escribir, pintar, cantar, tocar algún instrumento o tan si acaso rayar una pared (ahorita vemos eso) era más bien una pérdida de tiempo, no algo que permitía que yo explotara mis capacidades y viera hasta dónde podía llegar.

Luego, llegó secundaria. La combinación de mofas de compañeros (por ser el raro que andaba un libro de aviones, un cuaderno de dibujo y escuchaba música rara; gracias, metal, fuiste fiel escolta), las regañadas de los profes por estar haciendo otras cosas y las lecturas obligadas fueron creando en mí (y por ende en muchos), una mentalidad de que realmente lo que hay que hacer es generar, no importa qué, pero hay que generar.

Tiene que generar un reporte, tiene que leer el libro para GENERAR un resumen, no para que le guste. Entonces, más fácil, todos decidimos leer un resumen para hacer un resumen. Nadie nos dijo que leyeramos el libro que queríamos, sino el que ellos pensaban que teníamos que leer para llegar a comprender una cultura mejor, fuera cual fuera.

Levanten la mano los que gustaron de TODOS los libros que teníamos que leer.

Obviamente no todos nos iban a gustar, porque estabamos obligados. Leánse el Quijote ahora, y lo verán diferente, la Odisea será mejor que cualquier película, el Moto es una aventura nuestra. Es más, lean los que le dé la gana.

Es como la pared.

Después va la elección de mi futuro, a los 16 o 17 años, una profesora llegó y me hizo un examen, saqué noventa en todo y me dijo: Bernardo, usted sería un excelente ingeniero. Ahora bien, no le echo la culpa a ella, porque ella no la tiene, pero ¿por qué un ingeniero y no un artista? Entonces, me dicen que escoja, de TODO lo que puedo hacer, algo con lo que según la sociedad tiene que casarse por el resto de su vida. Tiene que generar para ser exitoso, pero no necesariamente para ser feliz.

Con esto me refiero a que, si yo quiero hacer ciertas cosas, tengo que hacer esas cosas y eso nada más. Por eso me dijeron en décimo que iba a dejar de recibir religión, francés, biología y química (escogí física), entonces ya iba sesgado a que lo importante que yo tenía que estudiar y aprender, era física, porque física me iba a ayudar en ingeniería, porque yo iba a ser ingeniero y tenía que ser buen ingeniero, sin importar el resto de las cosas, porque como escogí estudiar ingeniería, significa que puedo dejar de lado cosas como las artes y demás.

A los diablos, ¿entonces? ¿No querían que fuera inteligente, creativo, versátil?

La educación me hizo bruto. Sí, es cierto, yo tengo que aprender de muchas cosas, como las matemáticas, la lectura rápida, la comprensión de lectura, las ciencias, la historia, todo eso.

Pero lo peor fue cuando entré a la U, y vi como el resto de los esclavitos de la sociedad habían escogido ingeniería, sin tener objeción, sin estar disgustados con su elección, y nos veían a nosotros los raros que escribíamos, componíamos, pintabamos y demás, con esa filosofía de: ¿Para qué hacer eso, si no sirve para nada?

Los artistas, nos veían con la cara de: Esos ingenieros de pacotilla, que sólo ven los números y no el arte.


Muchas gracias, qué lindo estar en el medio.

Ahora bien, cambiar la mentalidad de una carrera es casi imposible, pero cambiar el rumbo de las personas no.

Me recuerdo de Rimbaud, de Kundera, de Cortázar, de Da Vinci, de Galilei, de Laozi y de todas esas grandes mentes que no se restringieron, que no se limitaron a ver los números, y nada más, a ver las letras y nada más, y digo: gracias, qué bueno que existieron.

Y respecto a la pared: mis papás, cuando eramos chiquitos, NO  nos prohibieron rayar las paredes, sino que nos dieron una pared de la casa y dijeron: Rayen esa, hagan lo que les dé la gana. Dejaron los crayones en el suelo, y se dieron media vuelta y se fueron.


Gracias, mis papás, realmente fue una salvación.

Apenas me mude, voy a tener una pared para mí solito.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Salí de la U, pero ¿soy profesional?

¿Cómo se desenvuelve un ingeniero mecánico en el campo del equipo médico?


Con esta pregunta, se presentó en ExpoMeca del 2011 (un gran esfuerzo de los estudiantes de la Asociación de Estudiantes de Ingeniería Mecánica de la Universidad de Costa Rica) mi perspectiva sobre el ingeniero mecánico en Costa Rica, y cómo se va a ir moldeando a las necesidades cambiantes del entorno profesional. Aunque fue enfocada, como dice su título, hacia el campo del equipo médico, siento que puedo resaltar muchas cosas para otras carreras.

Primero, es correcto presentar un breve resumen de la conferencia y, para esto, voy a aclarar un aspecto de importancia. En todo el texto me voy a referir al ingeniero mecánico y no al ingeniero/a, o ingenier@ (esta por ser gramaticalmente ofensiva) o el y la ingeniero: esto por mera comodidad y fluidez de lectura. Conozco muchas ingenieras mecánicas (y de otras carreras) sumamente capaces, y en ningún punto quiero hacer de este texto algo machista.

Habiendo eliminado ese aspecto podemos continuar.

El  ingeniero mecánico se ve envuelto en un mundo que cambia constantemente de necesidades, por lo que tiene él mismo que ajustarse para poder ser un profesional competitivo. La última tendencia que se presenta es en el campo de equipo médico. Costa Rica se ha convertido en un nuevo destino de ensueño para fábricas que buscan una mano de obra más barata, de igual capacidad intelectual, para poder agilizar sus procesos al disminuir gastos. Después de todo, de eso se tratan los negocios.

Compañías como Boston Scientific, Atek Medical y Wright Medical, han venido a buscar ingenieros capaces de manejar retos distintos, con un punto de vista ligeramente diferente a lo que se tiene pensado en ingeniería.

Pero, ¿cuál es ese punto de vista?

Muchos de nosotros tememos entrar a esos campos por ir desplazando poco a poco la ingeniería mecánica, reemplazándola por procesos operativos, administrativos y de mejoramiento continuo. Ahora bien, ¿eso es malo? Siento yo que, aunque es un trabajo conocido como 5%-95%, 10%-90%, o hasta 30%-70% (refiriéndose a la cantidad neta de ingeniería mecánica comparada a otros procesos), permite abrir la visión del ingeniero con otras herramientas de suma importancia.


Es cierto, el ingeniero al entrar a muchas empresas en este país, deja de ver el mundo como un ingeniero y se convierte más en un administrador de ingeniería. Ahora, no hay que asustarse, el término administrador no es dañino, más bien es algo bueno. Nos dice que estamos listos para enfrentarnos no sólo a un diseño de una cámara de presión (que no contesta de mal tono, no tiene preferencias, no es anímica y, lo mejor, no es perezosa. Si falla, lo hace por un mero esfuerzo físico y lo evidencia de manera fácil de identificar, y cuando la critican no contesta), sino también a retos de personal.

En esto, el ingeniero mecánico no se ha desarrollado lo suficiente, al menos en el proceso educativo por el cual yo he pasado (Universidad de Costa Rica). Es por esto, que si puedo sacar algo de la conferencia, es el siguiente conjunto de observaciones.

Vamos a tiempos en los cuales no basta el conocimiento que tenemos (que es vasto, pero no significa que es único, absoluto y perfecto), tenemos que ser profesionales integrales aprovechando las herramientas que nos dan de manera sistemática y confiable al igual que buscar siempre maneras de mejorar y actualizar nuestras mentes. Me gusta utilizar la comparación entre una carrera profesional  y una computadora. Esta será tan útil como el usuario sepa explotarla.

Lo que me lleva al primer punto neto de este texto:

Capacitarse: Un dato interesante es que la mitad de lo que aprendemos durante nuestra carrera universitaria estará desactualizado en el momento que nos dan nuestro título. Esto básicamente es lo mismo en la carrera profesional y con mayores repercusiones ya que, detrás de nosotros, hay dos, diez, cien o mil profesionales esperando nuestro puesto, queriendo desempeñar mejor y, en definitiva, buscando siempre estar actualizados. Cuando uno se capacita, como lo he hecho en Taiwán, en Panamá y en el mismo Costa Rica, uno ve distintos asuntos que le amplían la visión:

- Conoce desde adentro el funcionamiento de la fábrica, del operario con el que tratará uno, de las personas que conforman un equipo. Entonces, ¿qué mejor manera de conocer a una marca más que conociendo a sus integrantes?

- El conocimiento nunca se limita a ser teórico (al menos no debería), por lo que enfrentarse a problemas prácticos, talleres, debates, foros y demás, permite conocer distintos puntos de vista que pueden estar hasta más correctos que el propio.

- Una cultura no sobrevive si trata de ser exclusiva. Mi cultura va a diferir de aquella de los profesionales de esa empresa, cliente, país, etc. Esto hace que conocerlos sea de suma importancia, porque me permite saber cómo operan. Esto difiere del primer punto porque no hablamos meramente del aspecto laboral, sino del entorno social, cultural e histórico de cada una de las personas que conocemos.

Capacidad de hablar enfrente de grupos de personas: Las ideas, sean cuales sean, tienen que venderse. Ya sea por un comercial o por una campaña virus. El profesional no cuenta con una campaña de promoción, ni con un agente publicitario que le hará una disección del producto (entiéndase, de sí mismo), y le dirá: "Te podés vender así o asá, mejor no digás eso." No, el profesional tiene que venderse de manera independiente.

Tiene más probabilidades de ser escuchado aquel que habla de manera elocuente, fluida, confiada y foneticamente correcta (aunque puede estar incorrecto), que aquel que tartamudea, se pone nervioso y ve al techo (o al suelo), (aunque este esté en lo correcto). Así que hay que perder el miedo. Se comienza con el espejo (si no puedo hablarme a mí mismo, menos lo haré a un grupo), luego a la novia, novio, esposa, esposo, amigos (pero que sean críticos y maduros).

Comprender al colaborador: No todos venimos del mismo lugar, no todos tenemos la misma plata, no todos pensamos igual. Es por esto que no hay que considerar a una persona ni más ni menos por los factores que acabo de mencionar. El origen define meramente con qué conocimiento cuenta esta persona respecto a una situación. Si es una persona que no tiene un grado universitario, esto no la hará menos profesional ni merecedora de un trato inferior, comparada a una persona que tiene un doctorado. Esta es probablemente la relación más difícil que se puede desarrollar (¿recuerdan la cámara? Ella no se quejaba). Los colaboradores pueden ser sensibles a crítica, pueden sentirse aludidos por ciertos comentarios o hasta pueden reaccionar de manera agresiva por su mera personalidad.

Como dice un escritor, conocer todos los lados de una persona es dífícil, comprenderlos es casi imposible, pero hace del reto algo más entretenido.

Capacidad de presentar ideas concisas: punto.


Aumentar el conocimiento administrativo: La administración de un negocio no se limita a una carrera, sino se convierte en una herramienta adicional para cualquier profesional (no sólo ingenieros), por lo que tenemos que desarrollar nuestra mente administradora, financiera y contable para poder evitar situaciones en las cuales estemos en desventaja.

Finalmente, el inglés. Aquí, se refuerza el hecho de que en estos momentos, la mayoría de las empresas vienen de país en los cuales se utiliza el inglés. Para mantenerse competitivo en el ámbito ingenieríl, es necesario comprender el inglés. Veamoslo así: todos los manuales vienen en inglés, la mayoría de las empresas venden en inglés y lo más probable es que un compañero de otro país (digamos, Irán), sabrá inglés antes de Español, yo sabré inglés antes que Iraní. (Lo sé porque me sucedió). Ahora, no estoy diciendo que es un idioma mejor que otro, sino que se ha convertido en una parte esencial del campo laboral (la mayoría de las empresas consideran que el inglés ya no es un "extra" sino un estándar).

El Mandarín es un idioma interesante, porque se cree será el próximo idioma de negocios, ingeniería y demás. Claro está que es sumamente útil y es una herramienta adicional que le permitirá a muchos desenvolverse en negocios.

Me parece interesante que, como dijo Fidel Gamboa, al final la primera frase no me sirvió de "un carajo" porque esto no sólo es para ingenieros, sino para cualquiera.


Quiero cerrar este texto con una frase de Randy Pausch:


"En mi vida, lo que aprendí y me dio la mejor visión del mundo fue que dos frases que todos usamos están incompletas:

No sé.

Me equivoqué.

Cuando realmente deberían ser:

No sé, pero lo voy a averiguar.

Me equivoqué, me disculpo, ¿cómo hago para no equivocarme de nuevo?"


Gracias.